
No se trata de la celebérrima lección de Randy Pausch antes de acabar sus días en la Tierra. Pero igual se trata de una enorme lección. La lección más memorable jamás dada a un equipo de fútbol, por el verdadero dueño de la Cátedra.
Una vez que Iturralde González, pitó el inicio del partido, Lionel Messi --como tratándose de un profeta-- dijo a sus compañeros: "les enseñaré el camino..." y con dos actos litúrgicos dio inicio a la mayor obra de arte gestada en un campo de fútbol: a los tres minutos, le robó una pelota a su compatriota Di María, con espíritu torero; se adentró en el área por la derecha y disparó, logrando el primer aviso, y el primer tiro de esquina; acto seguido, pero de verdad seguido, tomó un rechace de la defensa, y casi sin angulo, con un toque sutil de su pierna izquierda --es una pierna realmente?-- tiró la pelota al larguero.
Esos dos actos marcaron el derrotero del partido: sus compañeros y rivales comprendieron su mensaje. Los primeros, captaron que ese era el camino; los rivales supieron que empezaba una tempestad... quizás la más grande tempestad, para la todopoderosa Casa Blanca...
Después de ello, el juego fue un monólogo; pero no un monólogo aburrido o insulso, sino el monólogo de Hamlet, con la misma impronta de belleza, de asombro y trascendencia. El Barça se apoderó del terreno, de la pelota, y de paso les robó el alma a las aves blancas. Efectivamente, eran once aves blancas atrapadas en una jaula enorme, procurando salir de allí, sin lograrlo. Fue impresionante lo que vimos 400 millones de almas, en horario inusitado, como inusitados debieron ser los inventos de miles de personas, para poder mirar ese espectáculo.
Aficionados del Madrid, del Barça y de todas las aficiones, jamás olvidaremos lo ocurrido esa noche. Porque el Barça nos regaló la más sublime actuación de su orquesta: en la misma noche ejecutaron las nueve sinfonías de Beethoven, sin un solo error, y sin que nadie se moviera de los asientos. El triunvirato Messi-Xavi-Iniesta fue uno solo, un bloque granítico de seres en pos de un solo fin, a la manera de las abejas. Y ese triunvirato despedazó el partido. El Barça sabe que en cada juego contra el Madrid, es capaz de modificar el guión: esta vez, quedó claro que Leo no sería la punta de lanza; él sería un lanzador más, y al final terminó siendo el lanzador principal...Xavi se vistió de Leo y Leo de Xavi. Esto no lo previó Mourinho ni nadie. Ese cambio fue notable, y el resultado aún más.
Al final, lo que nadie esperaba sucedió, y el Barça logró una aplastante victoria que el Madrid no digerirá jamás.
Fueron demasiadas las palabras directas, y también las elipsis calculadas de Mourinho. Esos gestos y palabras no hicieron otra cosa más que punzar la bestia... y la bestia ejecutó. Perdió el Madrid, perdió Mourinho, perdió Cristiano y perdió una afición enorme. El problema es que el Madrid ha querido destronar al Barça con hechos y palabras que no solo punzan a la bestia negra, sino que enferman a todas las demás aficiones. Las consecuencias son devastadoras, y así serán mientras no modifiquen su enfoque. Si yo fuera el Presidente del Real Madrid ya estaría muy preocupado no solo de este resultado, sino del antimadridismo que aflora en el mundo... un fantasma recorre Europa (y el resto del mundo), el fantasma del antimadridismo... preocúpense y en serio.
Leo Messi volvió a derrotar a Cristiano. Ya la batalla va perdiendo sentido, porque Ronaldo no puede contrastar a Messi; no solo porque Messi está más arropado --lo cual es cierto--, sino porque Messi, en los partidos grandes, suele salirse, y cuando ve que su papel no está para decidir el partido con un gol, lo decide con asistencias, asociándose, tocándola como un concertino, moliendo fino, destruyendo el adversario con la más temible de las armas del futbolista: el reloj. Y Leo sabe mucho de ello.
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